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jueves, 22 de noviembre de 2018

Publicidad agresiva

Publicidad agresiva

Viñeta del 18/11/2018 en CTXT

No toda la publicidad a la que se llama agresiva es mala. Un ejemplo de publicidad que algunos consideran agresiva, pero que persigue un buen fin, es la de las campañas de tráfico. Lo que no quita que no hayan hecho alguna vez alguno regulero.

Pero, claro, anunciar algo para concienciar sobre un problema social no es lo mismo que intentar vender un producto que produce tanto rechazo como los que intentan vender los chiringuitos de apuestas perfumados de cosa chuli.



El anuncio al que Carlos Sobera pone cara, no sólo es agresivo en su vertiente mala, también es molesto, estridente, taladrante, viejuno, hortera y manipulador.

Todos esos estados de ánimo por el que el jugador pasa durante el anuncio, y que presentan como algo emocionante que hay que vivir, en muchos casos se convierte en falsa euforia, ansiedad, síndrome de abstinecia y depresión, entre otras cosas.

Sobre la ludopatía y las casas de apuestas ya hay una catarata de artículos que puede consultar.

 

En general tengo poca tolerancia a la publicidad y menos cuando se sirve por bombardeo hasta que no queda medio donde no aparezcan esos anuncios chabacanos e chirriantes doscientas veces veces por hora.

Eso no quiere decir que no me guste la publicidad, incluso me aficioné a ver los maratones de publicidad con lo mejor de los festivales que emitía Canal+, aunque era hacer un poco de trampa ya que entre los que compiten por un premio solía haber muy pocos malos.

Aquellos viejos anuncios

Hubo un tiempo que hasta grababa y montaba anuncios para una tele local por cable. Muchos de ellos incluso tenía que guionizarlos, terminé haciendo anuncios porque allí casi todo el mundo hacía de casi todo y como era el que dibujaba y esas cosas, pues me atribuyeron aptitudes creativas para la publicidad igual que hubieran llamado director de cine a cualquiera que hubiera tenido un Cinexin en su infancia. Con todo, se intentaba hacer un trabajo lo menos indigno posible y muchas veces se conseguía.

El asunto es que no me gustaba nada grabar aquellos engendros que ya parecían viejos hace 20 años. Estos anuncios de aspecto viejuno y barato parecen querer volver disfrazados de una extraña mezcla de parodia y nostalgia, al estilo de ese de los que venden tu coche.

Tampoco conseguía convencer a los clientes para hacer algo con otro planteamiento que no fuera el de enseñar sus productos, gritar sus precios al tiempo que aparecían en cartelones enormes con el horario de la tienda, dirección, teléfono, número de fax  y más tarde la dirección de su web con hache tetepé y todo.

A uno de los que pude convencer que hacer algo distinto le propuse grabar una serie de spots más cortos, como capítulos de una mini serie pero autoconclusivos. Serían mucho más breves pero todos diferentes y por cantidad sería más probable que el personal tardara bastante más en cansarse que viendo el mismo repetido una y otra vez durante meses. Algunos llegaban a emitirse durante años.

Me harté de darle vueltas al tarro con ideas varias, algunas más divertidas y locas que otras, hasta dibujé varios storyboard. Para no cansarles con detalles les adelanto el desenlace. Creo que, aunque no lo dijeron, todas las partes convinieron que estaba zumbado, como todos los artistas, y se terminó grabando otro anuncio chusco de los de toda la vida.

 

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