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lunes, 17 de septiembre de 2018

Emprendedores sociales

Viñeta del 08/09/2018 en CTXT

Muchos de los nuevos autodenominados “emprendedores sociales” no son más que los buitres de siempre que ahora colocan nombres posmodernuchos a negocios basados en la rapiña, su único objetivo es hacer pasta aprovechándose de necesidades básicas insatisfechas.

Su hipocresía empieza por esos nombres chulis que se inventan, para colmo quieren presentar sus chanchullos como un acto solidario y altruista.

Y un denominador común. Quieren leyes a medida y mientras estas no llegan, poder saltarse cualquier regulación apelando a “nuevos tiempos y paradigmas”. La estrategia es inventarse nuevas denominaciones para cualquier cosa intentando crear híbridos que no encajen en ninguna de las formas legales conocidas y así intentar operar a su rollo. Crean un debate etimológico ficticio y lo hacen girar todo en torno a él. Estrategia que comparten con los explotadores de la falsa “economía colaborativa

Haibu 4.0, engendro ya conocido como los “pisos colmena”, es otro de esos chanchullos etimológicos. Estas cajas no se parecen en nada a un “piso”, hasta sus promotores niegan ahora que lo sean y hablan de “soluciones habitacionales” y otras piruetas de la neolengua.

La granja de infracajas se ubicaría en un local de 100 metros cuadrados, donde meter 38 cajas de unos 3 metros cuadrados, con una cama de 80 centímetros y un mesa plegable y se alquilarían por 200€ al mes. Estas cajas están varios escalones por debajo de la infravivienda.

Cuanto más leo a sus promotores, más asco me produce su supuesto negocio, negocio que ahora también niegan y pasan a llamar “estudio de mercado”. Y también niegan que sean viviendas, ahora lo llaman un “lugar donde dormir dignamente”.

La idea de encajonar personas fue descubierta por unos anuncios en internet y en la calle, esto ha servido de excusa a sus “inventores” para recular alegando que sólo es un proyecto y de paso para culpar a los medios  (captura) de mentir y manipular.

Podría escribir seis millones de palabras sobre la hipocresía y cinismo de sus promotores, para ahorrarte el sufrimiento, puedes descubrirlo tú mismo.

Viviendo en una colmena

A principios de los 90 estuve viviendo en una colmena, aunque eso sí, casi diez veces más grande que los ataudes que plantean los listos de la colmena de cajas. Curiosamente, a esos estudios turísticos de apenas 25 metros cuadrados ya se les llamaba colmenas, entre otras cosas, por el aspecto de sus fachadas.

Aquellos mamotretos nacidos en los 70, con aspecto de nichos, fruto del desarrollo urbanístico y el aún muy rentable negocio del turismo de sol y playa estaban plantados  en casi todos los lugares turísticos y eran aprovechados tanto por trabajadores de temporada que curraban por la zona como por gente joven, o con bajos ingresos, a la caza de alquileres baratos. Y lo eran. Incluso hubo momentos en los que no resultaba demasiado caro comprarlos.

El que ocupé durante un tiempo tenía 25 metros cuadrados y algunos propietarios cerraban la pequeña terraza para rascar algo de espacio habitable.

Esos 25 metros, tras meter una cama para dos personas, los muebles mínimos y más pequeños que podías encontrar y tus cuatro pertenencias, se convertían en una auténtica feria de la claustrofobia. Y para dos personas, tortura doble.

La cocina, detrás de la puerta de entrada tenía de todo en miniatura y estaba empotrada en un espacio imposible. La puerta del baño era plegable porque no cabía otra cosa. Eso sí, el cuarto de baño, aunque batiendo todas las marcas de minisculez,  ya era más grande que toda la mierda de caja que plantean los de la colmena “4.0”.

Las paredes tenían el grosor mínimo permitido para que no se derrumbaran con un estornudo por lo que el aislamiento a los ruidos de los vecinos de varios pisos más allá era casi nulo. En verano, sin aire acondicionado te cocías y en invierno había que gastar trillones de kilovatos para calentarse. A todo esto había que añadir otros problemas de convivencia derivados de la masificación y el trasiego constante de inquilinos.

He de reconocer que aquel habitáculo, que fue el primero no compartido que pude alquilar, me hizo una ilusión tremenda. El día que metí la llave me pareció como si estrenara independencia real, sensación que me duró poco. Aunque era barato, si no recuerdo mal costaba unas 20.000 ptas al mes, la sensación de agobio por hacinamiento fulminó toda ilusión en apenas una semana.

En 2006, desde V de Vivienda se nos dijo que no íbamos a tener casa en nuestra puta vida y se reclamaba en la calle una vivienda digna en las que fueron las mayores movilizaciones por el problema de la vivienda en España. Al tiempo, la especulación inmobiliaria no dejaba de salpicar el país de grandes esqueletos de cimientos.

Ese mismo año vendría el anuncio de los “minipisos” de María Antonia Trujillo, entonces ministra de vivienda del gobierno de Zapatero. Su plan de vivienda incluía la propuesta de construcción de pisos protegidos de menos de 30 metros que fueron calificados de indignos, incluso por gente de su propio partido.

La cosa se quedó en 10.000 pares de zapatillas que se repartieron para promocionar la gilipollez de una web chachi-piruli llamada “Kelifinder.com“, que estuvo online desde marzo de 2006 hasta octubre de 2007 y que ha pasado a la historia como un chiste cínico que ha sobrevivido al tiempo.

 

 

 

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