Todo cargo político, desde los de cierta enjundia hasta los de las categorías más inferiores, intentan dejar una obra magna que los haga merecedores de la perpetuidad. No importa si su propuesta es de reciclaje o de destrucción de algo para poner otro algo en su lugar. Las inauguraciones son actos muy codiciados porque dejan buenos recortes de prensa, fotografías históricas e incluso placas conmemorativas de bronce con el nombre del inaugurante tallado para la posteridad.
No importa si se convoca a los medios para inaugurar un descampado donde se instalará una papelera el año que viene, o el otro, la prensa siempre estará ahí. Y aunque no fuera así, el gabinete de turno nutrirá de buenas instantáneas al público donde destaquen bien y mucho los gestores para que se sepa que eso que se ha hecho con el dinero de todos tiene firma de autor.
La imagen de Aguado y Garrido inaugurando un dispensador de gel en una estación de metro después de una pila de meses de pandemia es un chiste que se cuenta sólo, paletismo diez sobre diez en comunicación política y recochineo.
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